Soy holandesa y hace algo más de treinta años vine a España para buscarme a mí misma. Me encontraba perdida y me alarmé mucho al darme cuenta de que ya no sabía lo que me gustaba y lo que no. Me sentía más una máquina que una persona, era como si la máquina hiciera una cosa o la otra según el botón que apretaban, como si mis criterios no fueran míos sino los criterios de mi profesión. Era como si de pronto me hubiera despertado dándome cuenta de que la persona que hasta aquel momento había jugado mi papel, vivió dirigida por teorías, metas y métodos que no tenían nada que ver conmigo. Era como si fuera un árbol sin raíces que se mantenía erguido gracias a los árboles de alrededor sin que la savia fluyera en su interior, era como si ya no hubiera vida propia dentro de mí.
Tuve la sensación de que tenía que poner tierra de por medio para liberarme de mis patrones “holandeses”. Pero aunque había sido siempre muy viajera e independiente, ahora me daba miedo encontrarme sola en un país extranjero. Finalmente, encontré un término medio yendo a casa de una amiga que se había casado con un español y vivía con su familia en Zaragoza. El plan era que yo desde ahí empezaría a hacer pequeños viajes, pudiendo volver a su casa cuando quisiera.
Pero estuve dos días con ellos y cogí el tren a Málaga, viajando de noche desde Madrid y sin apenas hablar español. Ya no tuve ningún miedo, me encontraba como si fuera una niña pequeña que por fin salía de casa para conocer el mundo. Disfrutaba de todo y sobre todo de la sensación de libertad, de no saber en absoluto lo que la vida iba a poner en mi camino y de poder en cada momento decidir por mí misma lo que iba a hacer.
Era otoño y alquilé un pequeño apartamento en un pueblecito de pescadores en la playa. En aquel entonces no había casi turistas y se escuchaba el mar, voces lejanas y algún que otro pescador reparando su barco o las redes. Viví en el aquí y el ahora como sólo lo había hecho, creo, hasta la edad de seis años cuando nos mudamos por el trabajo de mi padre a un pueblo pequeño, cuya situación aislada y ambiente cerrado lleno de prejuicios y rencillas absurdas he detestado siempre (probablemente la principal razón por la que empecé a vivir sobreviviendo y adaptándome, en vez de alimentarme con la savia de mis raíces).
Sintiendo que en España podía ser yo misma sin sentirme juzgada y censurada, decidí dimitir de mi trabajo y venirme para ir descubriendo quién era este bicho raro que yo creía ser. Vendí y regalé mis pertenencias y me vine con una mochila, ropa y un solo libro, el I Ching, dispuesta a empezar de nuevo y a dejarme reeducar por los consejos de dicho libro sabio que se puede utilizar como oráculo. Pues, I Ching me reeducó, junto con el saber vivir de los españoles. ¡De cuántos patrones tontos tuve que liberarme! para por fin romper el “espejo del entorno” en el que, yo solita, me había mirado, juzgado y maltratado durante tantos años…
Gracias a los consejos de I Ching aprendí que se hace el camino en la vida pasito a pasito, siendo fiel a uno mismo y sin forzar cosas para las que no se está preparado aún. Creo que volví a empezar literalmente por donde había dejado de crecer desde mis raíces. Durante años me sentí como una niña pequeña que miraba al mundo con asombro y, a la vez, maravillada. Tuve que revivir muchas inseguridades y penas, pero esta vez afrontándolas, atravesándolas y liberándome de ellas, para aprender otras tantas lecciones de la vida. Poco a poco me hice mayor y volví a estudiar, esta vez naturopatía.
A continuación estudié Medicina Tradicional China por lo que años más tarde volví a indagar en el I Ching, ahora para desentrañar las raíces de los principios vitales de dicha medicina. Y, de nuevo, me quedé maravillada por la increíble sabiduría de aquel libro. No sólo aclaraba el sentido del principio Yin-Yang y mostraba la dinámica saludable entre los Cinco Elementos sino que, además, describía en los 64 hexagramas procesos vitales correspondientes a cualquier contexto. Las explicaciones de la situación y los consejos que da, resultaron ser aplicables tanto en un contexto personal como en un contexto familiar, sociológico, cultural o político.
Indagando paso a paso, guiándome por la información del I Ching sobre los principios primordiales y aplicando la metodología de la medicina china a la vida emocional, se revelaban las relaciones lógicas entre unas cosas y otras por lo que empecé a comprender las causas comunes de muchos problemas y conflictos y a encontrar un camino, creo que universal, para superarlos.
Y cuando hace unos años llegó el momento para relacionar la fisiología moderna con los procesos vitales descritos por los sabios que escribieron el I Ching hace por los menos 4.000 años, me quedé estupefacta al darme cuenta de que los hexagramas correspondientes a determinados procesos recurrentes en la vida humana coincidían con los procesos fisiológicos análogos. Resultó que los consejos de los hexagramas del I Ching que corresponden a determinadas circunstancias, describían igualmente lo que ocurre en determinado órgano en las mismas circunstancias. Y no una vez o dos, sino en todos los casos. ¡Fascinante!